La especie más
común en la atmósfera es el dióxido
de azufre (SO2), molécula que se presenta
en la misma como un gas incoloro, no inflamable,
que posee características irritantes y
levemente tóxicas.
Este contaminante tiene una vida
media en la atmósfera de aproximadamente
dos días, variable en función de
las condiciones meteorológicas existentes,
que pueden llevar a su descomposición o
transformación en otros compuestos. Especialmente
relevante es, en este sentido, su capacidad de
combinación con el agua, con la que genera
ácido sulfúrico, confiriéndole
sus características corrosivas e irritantes.
Sobre las personas este contaminante
puede causar problemas respiratorios. Dichos problemas
se producen ante exposiciones cortas a altas concentraciones,
que pueden ir desde los 250 µg/m3, para
niños y población sensible, hasta
los 500 µg/m3, para el resto. Su carácter
corrosivo en combinación con el agua, hace
que se afecte sobretodo a mucosidades y vías
respiratorias, irritando el tracto respiratorio,
provocando ataques de tos, y pudiendo causar bronquitis
o agravamiento de dolencias previas como el asma.
A nivel ambiental, su combinación
con el agua presente en la atmósfera hace
que se genere una deposición ácida
conocida como lluvia ácida, que puede afectar
seriamente tanto a la cubierta vegetal como a
los suelos, llegando incluso a ser causa de la
degradación de una amplia gama de materiales
de construcción.
Los cambios en el uso de combustibles,
con un porcentaje cada vez más reducido
de azufre, junto con la existencia cada vez más
común de medidas correctoras para la desulfuración
y absorción de este contaminante en las
emisiones industriales, está consiguiendo
que los niveles de este contaminantes disminuyan
progresivamente año tras año.
La normativa delimita de forma
extensa este contaminante estableciendo valor
límite horario (200 µg/m3) y diario
(120 µg/m3), así como un umbral de
alerta a la población (500 µg/m3
durante tres horas consecutivas), e incluso un
nivel crítico para protección de
la vegetación (20 µg/m3 anual). En
la red de control este contaminante es también
ampliamente controlado, disponiendo de equipos
de medición en continuo en todas las estaciones
de control.
En Castilla-La Mancha los niveles
de este contaminante son normalmente muy bajos,
por debajo de los 10 µg/m3 de media. Tan
sólo de forma ocasional, y ante situaciones
de escasa dispersión atmosférica
que esporádicamente se pueden producir
en zonas de elevada densidad industrial, se producen
niveles más elevados para este contaminante. |