"ES QUIZÁ LEGANIEL EL PUEBLO MÁS HUMILDE DE SU ZONA, PERO SI NO OBSTANTE PIENSA VISITARNOS ESTAREMOS ORGULLOSOS DE RECIBIRLE Y ATENDERLE, LO MEJOR QUE TIENE ESTE PUEBLO ES SU GENTE". |
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![]() Bajo este título hemos querido incluir un relato escrito en los años setenta en la ciudad recordando nuestra tierra, nuestra infancia, seguros de que muchos de los leganitos que tuvieron que abandonar su casa en busca de un puesto de trabajo y una nueva vida, se encontrarán identificados con el sentir que en el se desprende. Mi
pueblo es... "bien pueblo", pocas calles llanas, calles cuesta arriba
y cuesta abajo llenas de piedras sueltas, de cantos, de yesones y de hoyos,
de nombre con sabor a pueblo: de los Cestos, del Crucero, del Cerro; pero
también con algún toque aristocrático: Plaza de la Constitución, ¿qué
Constitución?; calle de D. Manuel Avia, dedicada a un hijo de la tierra
que se resignó a morir allí y se empeñó en enseñar a leer con bastante
éxito a algunas gentes de la villa; porque mi pueblo no es pueblo, es
villa. Como buen pueblo tenía en la calle sus gallinas, su gorrino de San Antón con su campanilla, sus cuadrillas de "mozos", en las noches con sus "burradas" y "relinchos" (forma muy particular de no dejar dormir a sus vecinos), sus carnavales, su falta de agua, no sólo corriente sino dulce, había una fuente de agua salobre en la parte baja del pueblo para las caballerías, más cuidadas quizás por aquel entonces que las propias personas, pues además de ser imprescindibles en la agricultura eran la mejor forma de rumbear en el pueblo el tener las mejores mulas, las más limpias, las que mejor tiraban y más derecho en el concurso de las fiestas de San Isidro. Había entre sus barrios, dos muy distintos, que ahora no se diferencian, al menos tanto: uno que parecía más claro, mejor trazado, con bastantes casas de dos plantas, algún caserón, casas encaladas, barrio de labradores; el otro más oscuro, con callejas más retorcidas, casas bajas, fachadas marrones, hechas de barro o de yeso negro, muchas casi cuevas, era el barrio de los jornaleros. En este barrio la gente "gastaba" el tiempo normalmente "haciendo", palabra con la que todos entendíamos que se estaba trabajando en el esparto; era curioso y ahora diría que hasta agradable que, todas las mañanas al salir el sol, te despertara el ruido rítmico de muchas mazas de al madera golpear contra las piedras, marcando el pulso de la vida del pueblo, "golpeaban" el esparto, era mucha la gente del pueblo que preparaba su materia prima para "hacer". Había verdaderos artistas en "hacer". Mucha gente comía con el "hacer", y algunos mejor con el "hacer" de los demás. A este barrio aún se le llama "el convento", según Don Manuel, por deformación de la palabra "comento", ya que en las cuevas en que se reunía la gente a "hacer" el esparto hasta altas horas de las largas noches de invierno a la luz de un candil se "comentaba" todo, se repasaba toda la vida diaria del pueblo. Tenía y tiene dos plazas que a mí, entonces, me parecían enormes, cada una de ellas un solo árbol, los dos únicos árboles públicos dentro del pueblo (las dos únicas zonas verdes), no estaban en el centro de la plaza, yo creo que para no molestar demasiado a nuestros juegos, dola, tejo, aro, "tolla", y a mil juegos sin nombre; a veces nos robaban un trozo de plaza para tender al sol las "lías", peludos y cubiertas de esparto, fruto del "hacer". Hasta sirvió de frontón, algún domingo después de misa la fachada del caserón de la plaza que hacía de posada en toda regla. Qué sabor a domingo más distinto de los de ahora tenían aquellos, su olor a camisa limpia, a sol, a descanso, a baile, a partida de mus, de boleo, a fiesta en una palabra. ¡Qué partidos de fútbol se preparaban contra los pueblos vecinos!, a decir verdad, casi siempre nos ganaban, y casi nunca estaba ausente la pelea, pero qué ilusión por jugar.¡Qué sabor en todo aquello!. Quizá porque no había agua dulce en el pueblo, la plaza no tenía pilón como en los pueblos vecinos. Nosotros cantábamos por entonces una canción que decía al final:
No sé si se criaban estos buenos chicos porque al faltar el pilón teníamos más espacio libre para jugar, correr y hacer ejercicio o porque la tierra de secano es más dura, el caso es que en uno de los pueblos vecinos, con el tiempo, terminaron quitando el pilón del centro de la plaza; ahora sin embargo lo han puesto en el mío. Un día cayó bajo el hacha el árbol que nos cubría del sol a la puerta del casino, en una de las plazas. Aquello sí que era casino, y con dos plantas nada menos: al entrar, a mano izquierda, el futbolín; a la derecha la mesa de billar, al fondo la barra y una escalera a la planta alta donde estaban las mesas del mus o dominó. Poco después cayó el otro, el único árbol que quedaba, estaba ya muy enfermo, con medio tronco podrido a todo su largo, sangraba y se llenaba de orugas en primavera, yo creo que se mantenía en pie por dignidad. ¡Pero sí que hizo servicio, caray!, además de la cantidad de pantalones que rompimos en él, en él se colgaba la cuerda de los botijos a romper con los ojos tapados y armados de garrote el día de San Isidro, él servía de meta para la carrera pedestre, la de sacos, la de "bicis" y la de burros, sólo le faltó hacer de cucaña al final, pero la verdad es que no daba la "talla" para ello, además en su estado, pero... ¿Cuántos años tendría?. Ahora mi pueblo ya no vive así, ya tiene calles arregladas, al "abauchero" le va menos agua en los días de lluvia, ya no te despierta el "golpeteo" del esparto, no hay gallinas por las calles, ni gorrino de San Antón, ni posada, ni se ven las mulas bajar a beber agua a la fuente (los tractores no beben agua, "beben gas-oil"), ya hay alcantarillado, agua corriente y una fuente en el centro de la Plaza de la Constitución, y en la otra ya no se forma con tanta frecuencia el mercadillo de verduras y ventas ambulantes con gentes de otros pueblos, murieron sus dos árboles, desapareció el murmullo de los juegos de antaño, ahora hay menos población, emigraron muchos jóvenes y alguna gente mayor, quedan los "viejos". Ya no se "relincha" porque no hay mozos, ni se organizan aquellos concursos para San Isidro, sólo algunos años se traen toros para las fiestas del Cristo que rompen la monotonía existente, y los remolques sustituyen a los carros; los bares no son casinos ni son de dos plantas y lo que tienen es televisión y máquinas electrónicas, no hay boleo, ni se juega a las "caras". Mi pueblo ya no es como era entonces, yo no sé si debo alegrarme por lo que ha cambiado, ciertamente ha conseguido muchas cosas que debía conseguir, pero todavía muchas veces me hago esta pregunta: ¿Compensa todo lo que ha perdido, para lo que consiguió?
Ahora siento algo extraño dentro de mí cuando voy a mi pueblo y no tengo más remedio que decirlo: "yo amaba aquel pueblo". |
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