Viajeros Extranjeros por Castilla-La Mancha

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VIAJEROS POR LA HISTORIA EXTRANJEROS EN CASTILLA- LA MANCHA ALBACETE

Portada del libro Viajeros por la Historia Albacete

La ciudad de Albacete

Hugh James Rose

La ciudad de Albacete tiene cuatro o cinco iglesias y sus clérigos son los de espíritu más liberal y comprensivo de cuantos me he tropezado en España; dos instituciones de caridad, la Casa de Misericordia y un Hospital, son sostenidas por el Ayuntamiento o Concejo de la ciudad y admirablemente atendidos por religiosas de la orden de San Vicente. Los miembros del Concejo son personas educadas y cultas, aun alejado como está de toda ruta importante, hay dos o tres que hablan su poquito de inglés. Han dado un laudable ejemplo a los demás pueblos de la península, prohibiendo la mendicidad en las calles de la ciudad y recogiendo a los pordioseros en establecimientos de caridad donde se alojan casi doscientos de ellos y donde, además, se educa a los niños pobres enseñándoles algún oficio.

Ningún viajero inglés debería pasar cerca de esta ciudad sin acercarse a ella para ver sus interesantes costumbres y modos de trabajar y vivir. Ciertamente encontrará otros pueblos más pintorescos y por ello más visitados, pero el conocimiento de éste es aconsejable por las virtudes que en la población concurren. Las características generales de toda esta comarca son: esfuerzos espasmódicos de caridad y de mejora de las cosas, enervados por la falta de unión y de coordinación en las iniciativas; maravillosa fertilidad natural que podría aumentarse artificialmente, con resultados óptimos mediante regadíos y fertilizaciones; gran refinamiento de maneras mezclado con una cierta rudeza y simplicidad.

Pero son precisamente estos contrastes los que dan el encanto de España y sus propios hijos lo reconocen. Estas tierras que no tienen ni el clima frío y aire saludable de Suiza; ni la tranquilidad, orden, fertilidad e industriosidad de Inglaterra y Francia, tienen en cambio un pintoresquismo provinciano en la diversidad de costumbres, de trajes, en el aspecto árido y desolado de su siempre cambiante paisaje; con el encanto medieval o viejo mundo árabe de colores y sonidos que el ojo percibe y el oído escucha, y con sus bellos refranes y la caballerosa cortesía con que el español se conduce. He aquí el encanto de la vida en España, como he dicho antes, es siempre pintoresca, algunas veces desolada siempre encantadora y aún en los detalles más insignificantes.

La feria de Albacete

El clero español, que por muchos defectos que tenga conoce bastante bien la naturaleza humana siempre ha disfrutado de las fiestas y ha compartido las diversiones del pueblo con gusto. A cualquier fiesta que vayas se puede ver al representante de la iglesia. Juega a la lotería, y como es pobre y necesitado de dinero, busca ansiosamente su nombre en la lista de los premios. Te lo puedes encontrar en el teatro, los toros, va al campo escopeta en mano vestido de paisano y todo ello sin que se resienta para nada su dignidad.

Creo que en algún momento entre los siglos XVI o XVII, según me dijeron, una orden de frailes o monjes construyeron el Monasterio de los Llanos, un gran edificio parecido a un convento que pasó a ser propiedad del marqués de Salamanca, y que ahora utiliza como pabellón de caza, quien además de ser dueño de grandes propiedades cerca de Albacete, ha llevado a cabo la construcción del ferrocarril desde Alcázar de San Juan hasta allí, costeándolo de su propio bolsillo. Más tarde el marqués vendió el ferrocarril a una compañía francesa, que es la que actualmente lo hace funcionar. El monasterio era muy grande, por lo que a menudo necesitaban los monjes mucho dinero y a veces los fondos escaseaban. Sin embargo los monjes parecían tener una conciencia no sólo espiritual, sino también mundana que no les permitía ser indiferentes a su bienestar, ni al de sus vecinos.

Por aquellos días parecía que las ferias que se celebraban anualmente en España serían equivalentes a las «Statute Fairs» inglesas, y durante mucho tiempo harían el mismo papel en los negocios y diversiones de igual forma.

Los hermanos del monasterio de Llanos comprendieron muy bien la ventaja de la feria y se aprovecharon de ella. Albacete, el único núcleo urbano de importancia a su alcance, se extendía en esa gran llanura árida y sin árboles donde se juntan Murcia y La Mancha.

La Mancha no tiene mucho comercio excepto el cultivo de trigo y vino; Murcia es rica por su industria de alfombras, alforjas y arneses. Año tras año -en las áridas llanuras de Albacete, donde el sol, despóticamente, va secándote la sangre mientras caminas y la temperatura alcanza alrededor de los 100 grados (1) a la sombra cada año- toda la vecindad continuó teniendo su feria sin protección alguna, pero sin lamentarse por ello.

El comerciante murciano traía sus mercancías de lana y útiles de cocina que cambiaba por maíz y mulos al manchego, bajo el mismo sol implacable. Sabiendo todo esto, los monjes de Llanos construyeron fuera de las murallas de Albacete una especie de teatro cubierto, donde tendría lugar la feria anual de ambas provincias. Eligieron una llanura arenosa y extensa y construyeron 2 círculos enormes, uno dentro de otro, de bajos muros de piedra y con un techo de tejas; presentaba el mismo aspecto que los antiguos claustros de los Hospicios ingleses. Estos dos círculos estaban abiertos en su parte delantera y subdivididos en cientos de tiendas pequeñas o casetas. Quien visitara aquel edificio fuera de la época de feria, no sabría si estaba viendo una plaza de toros o un anfiteatro. Pero en Septiembre, todo es diferente.

La feria comienza alrededor del 6 de Septiembre, pero durante muchos días antes la estación de ferrocarril de esta pequeña ciudad experimenta una inusual actividad abarrotada de paquetes. Fardos sobre fardos, una gran riqueza en mercancías valiosas, joyas, paños, vestidos, quincallería, monturas y arneses procedentes de Murcia y Valencia; guisantes, maíz, frutas de las provincias vecinas; están apilados en los andenes y casi invaden las vías. En la ciudad cada casa y posada se encuentra llena de gente hasta arriba; en los alrededores miles de yeguas, mulas, asnos y centenares de caballos paciendo por doquier, con sus dueños tumbados cerca, vigilando día y noche.

Los españoles tanto si viven en la ciudad como en el campo, son madrugadores; no hay mejor momento del día que la primera hora de la mañana para comprar o vender, pasear, bañarse o ir a misa . Pues estas cosas son imposibles de realizar al mediodía, debido al calor; por ello el español se adapta con inteligencia a los caprichos del clima. Excepto el campesino, que trabaja en su solitaria y abrasadora tierra desde el alba hasta el crepúsculo, y sólo descansa entre las 12 del mediodía y las 2 de la tarde, que son sus horas de reposo, todos los demás están comiendo o echando la siesta desde la 1 hasta las seis de la tarde. A las 5 de la mañana del día 7 de Septiembre las campanas anuncian la primera misa y todas las calles se llenan materialmente de gente.

Centenares de tartanas (especie de pequeña vagoneta cubierta, de moda en Valencia y Murcia, con dos ruedas, arrastrada por un caballo o mula y con el conductor sentado en un sofá alargado en la delantera) se van aglomerando. En ellas vienen las gentes de la comarca con sus familias y servidumbre, desde pueblos de más de 20 millas alrededor, haciendo vibrar las calles con el traqueteo de sus ruedas, con el sonido de los cascos de los caballos en el suelo adoquinado, y el tintineo de las campanillas de los arneses. Oficiales y soldados de caballería, llegados en el primer tren, patrullan sobre sus caballos que relinchan estimulados por la espuela del jinete. La feria ha comenzado.

A las diez de la mañana, la banda militar y un escuadrón de Húsares, con su elegante uniforme azul brillante, con adornos amarillos y blancos y gorra dorada, escoltan al alcalde y a las autoridades civiles al lugar destinado para la apertura. Pocas transacciones se hacen ese día, pero el espectáculo es de una extraordinaria actividad y animación. En el interior del círculo de casetas, los comerciantes con sus ayudantes y familiares están atareados en sus tiendas, desempaquetando sus fardos, abriendo cajas; y hay un gran estruendo de martillos y clavos que resuenan en este arenoso y repleto lugar.

Aquellos que ocupan este círculo interior de casetas pagan un precio más alto por su pequeño establecimiento, y este espacio está destinado a los mejores y más caros objetos, como joyería, sedas, satenes, mantones, sombreros, lazos, adornos y demás.

En los establecimientos del círculo exterior, más grande, los hombres también están ocupados desembalando mercancías: porcelana y loza, monturas y arneses, frutas, hortalizas y artículos menos finos, pero que son más vendibles entre el vecindario. Polvo, ruido, color, brillo, juramentos, maldiciones, gritos que con el ruido de las campanillas de los arneses, producen una algarabía impresionante y pintoresca.

Las guías-turísticas, han considerado a Murcia como la «Beocia (2) » de España. Los mismos españoles se burlan en cierta medida de esta provincia. Y ciertamente es una de las más primitivas de España.

La noche de mi llegada, nos sentamos a cenar en el pequeño hotel de la ciudad, en donde había una concurrencia variadísima. Cuatro o cinco oficiales de húsares experimentados y buenos compañeros, una docena de tratantes, cuatro o cinco campesinos ricos, modestos labradores con sus camisas azules y alguna empolvada señora de posición. Pese a esta mezcolanza, todo se desenvuelve dentro de una gran cortesía de unos con otros, sin frialdad, sin rudeza, sin desprecios, ni siquiera con el vecino, de formas rudas, que sólo sabe hablar de bueyes ¿acaso no tiene el cinturón lleno de onzas ?.

Una simplicidad primitiva, una extraordinaria naturalidad y una gran cortesía y urbanidad hacia aquellos de inferior posición, constituyen un rasgo característico en esta provincia. Y aún en las más importantes ciudades, no es raro ver sentados a la mesa en trato cordial, al matrimonio rico con el niño y su niñera, a los campesinos ricos, entre la élite de la vecindad; y se oye charlar con buen humor entre las dos clases.

El Hotel aquella noche, era un espectáculo, y parecía como si se hubiese alojado en él todo un regimiento de soldados en ruta para el campo de batalla. En el patio, a pleno aire, docenas de personas dormían en sillas, sofás, o sobre los ladrillos del duro suelo envueltos en sus mantas.

Cada uno había venido «a ver la Feria ». Llevaban trajes extraños y pintorescos y hablaban extraños dialectos. Conocí a un anciano cura, con largas sotanas anchas y viejas, y un solideo de terciopelo en la cabeza; portaba en la mano su breviario encuadernado en acero. A la vez que me preguntaba una dirección, me confesó que durante años no se había alejado más de 6 millas del pequeño pueblo del que era párroco. Ciertamente parecía haber salido de otra época o no haberse apartado de sus estudios jamás, y hubiera sido un buen modelo para Velázquez.

En los días siguientes, 8 y 9, la feria está en su máximo apogeo, aún cuando dura casi otros ocho días. La tarde del 8, fui andando a pasar allí unas horas. La feria está a una media milla de la población; una avenida con árboles achaparrados a un lado y al otro llega hasta sus puertas. Cada árbol está adornado con banderas con los colores nacionales, (rojo y amarillo). En las aceras casi todas las casas parecen un espectáculo o teatros. El aire era una nube de polvo, que no impedía que las señoras acudiesen al recinto bien vestidas, bien arregladas luciendo sus joyas entre las que destacaban sus manos finas y blancas.

Música -guitarras, organillos, salterios, castañuelas- ensordecen el oído. Vistosos uniformes de la Guardia Civil , de soldados y oficiales de infantería y caballería, cegaban con su brillo los ojos.

Llegué hasta una carpa donde había un circo, donde media docena de monos subían y bajaban haciendo acrobacias por un mástil, un lobo paseaba en su jaula de madera, y un caimán mostraba sus abiertas mandíbulas en su estanque. A otro lado, en una barraca, una pobre criatura de unos cuatro años exhibida al público, para que todos ricos y pobres la viesen, porque tenía una tercera pierna que le nacía del costado; la niña estaba muy contenta, según me dijo, de ser objeto de exhibición, gozaba de muy buena salud, comía bien y ni siquiera añoraba, por estar lejos de su provincia de Asturias.

Encontré una muestra de retratos de mujeres francesas ejecutadas por communistas en la pasada gran guerra (3 ). Había también un prestidigitador, que cambiaba el color blanco de los pañuelos a rojo, volviéndolos después a su color normal; una rueda de la fortuna en la que todos (incluso el propio operario que la manejaba) encontraron su suerte. Todo esto y más aún es lo que te encuentras en los alrededores del recinto ferial. Cuando se llega a las portadas de piedra que dan acceso a los dos círculos, se ve que están custodiadas por Guardias Civiles a caballo, magníficamente ataviados, y soldados de infantería. En las proximidades de la entrada, circulaban docenas de carros cubiertos ( tartanas ) con sus ocupantes, aristócratas de los pueblos cercanos que se apeaban de ellas; y centenares de mulas enjaezadas o sueltas.

La perspectiva del círculo interior es maravillosa por las instalaciones costosas y lujosas que en él existen, las mercancías son realmente muy valiosas. Cada tiendecita está ricamente adornada por su titular con cortinas, colgaduras, estanterías y demás ornamentos decorativos. Los toldos o tejadillos permiten al paseante circular, a pesar del sol, visitar las tiendas, y hacer sus compras con comodidad o presenciar, simplemente, a la sombra, el movimiento febril que no decae durante el día. Una caseta de hermosos mantones o mantillas, ninguno de los cuales cuesta menos de quince dólares, están excelentemente elaborados, con bellísimos bordados representando sobre un fondo pardusco, flores, frutos, pájaros en oro, verde, rojo y amarillo. Una joyería con maravillosos trabajos de filigrana que nada tiene que envidiar a los hechos en Etruria. Puede, si lo desea, comprar pendientes que pese a su factura algo ordinaria, según el gusto local, no por eso le costarán menos de 30 libras . Sombreros de todas clases, desde el auténtico sombrero «Lincoln and Bennet» hasta las clásicas monteras, en forma de pastel de cerdo que cuestan media corona, que usan los campesinos murcianos.

El importe total de las transacciones en metálico alcanza cifras increíbles. Muchos labradores hacen aquí las compras de cuanto necesitan almacenar; y la mujer de su casa, buena administradora, se provee de todo lo que ha de serle preciso durante el año; alimentos en conserva, paños, y utensilios caseros. Estos espectáculos feriales son la prueba de un bajo nivel de organización comercial y una extraña y primitiva forma de vida y costumbres. Sin embargo existen en España otras ferias, singularmente las de Ronda y Sevilla en primavera y la de Cádiz en otoño, especialmente pintoresca, bastante modernizadas en su organización y que merecen el atento estudio de todo viajero.

Pero raramente he visto mercancías más valiosas o mejores que las de Albacete; aunque quizá los llamativos colores de los pañuelos, chales y mantones sorprendan un poco a los ojos del viajero inglés, al que parecerían ordinarios, al no estar acostumbrado a semejantes tonos brillantes y contrastes violentos. Todo es una masa de color y polvo, de griterío en las transacciones regateando los precios, una auténtica e impresionante Babel. Hay campesinos valencianos con sus blancas blusas de lienzo, calzones a la rodilla, anchos como sayas y negro cinturón o faja, de rostros color caoba; señoritos en traje similar pero adornado con cintas amarillas y rojas. Bellezas, de ojos negros, de Murcia y de Valencia pasean, entre la multitud, escuchando las bandas militares que, con animación y estrépito, amenizan el «Templete», destinado a las autoridades y gente principal de la ciudad y a sus familiares, en el centro de la feria.

Allí vemos al campesino manchego de chaqueta negra y pantalones caseros con su cónyuge -sayas de estameña y negro pañuelo de seda anudado sobre su broncínea frente-. La murciana con su traje y chal amarillo y rojo paseando con su novio que la obsequia con piropos; y también la valenciana, con las trenzas de su negro cabello tirantes hacia atrás y anudadas en clásico moño , con alguna peineta de latón o plata y sin más adornos presume de ser su pelo el mejor ornamento.

En el círculo exterior mercancías valiosísimas; principalmente: ferretería, loza, cuchillería, juguetes y guarnicionería, en cuyos trabajos es famosa Murcia. Sus monturas, arneses, aguaderas, campanillas, gualdrapas que, aunque toscos de factura, son de gran solidez y perfecta elaboración. Y el paseante sediento siempre encuentra, bien cerca, donde comprar un melón, por medio penique, o donde refrescarse con una orchata o leche de almendras, por el mismo precio.

Fuera del recinto, donde se realizan los auténticos negocios de la feria es en la compra-venta de mulas, asnos, caballos, guisantes y cereal. Toda esta polvorienta llanura de ordinario desanimada y silenciosa, se convierte en lugar de desenfrenada actividad. Imagínese, si puede, centenares y centenares de carros aparcados; alrededor de estos, cobertores amarillos sobre los colchones tendidos para dormir sobre el polvoriento suelo; las mulas sueltas o en sus varas, comiendo paja y cebada a la vista del dueño. Las mujeres duermen en los carros, mientras los hombres charlan fuera. Son carros de los pequeños campesinos que vienen desde más allá de 40 millas a la redonda a vender sus mulas y caballos, traen con ellos todos sus petates, sus camastros, alegres cobertores, niños pequeños y familiares, y en sus carros viven día y noche junto a sus mulas, en la arenosa explanada durante los días que dura la feria.

Es curioso esperar hasta la puesta del sol y se alce en el cielo la hermosa luna grande y amarilla, porque la vista es impresionante. Todas las mujeres se levantan de la cama, se apean de su carromato, encienden su fuego con la paja que sobra de las mulas y algunos trozos de leña y proceden a preparar la cena para su familia, mientras los hombres se quedan de pie ociosamente fumando, discutiendo los precios y organizando las cosas para el día siguiente.

Y luego aquí y allá grupos animados en los que pronto se oye el repiqueteo de castañuelas y rasgar de la guitarra, y los alegres bailes de los huertanos murcianos o valencianos hasta la una de la madrugada. A partir de este momento todo queda en silencio, se extinguen los fuegos y se apagan las brasas y rescoldos con los pies. Patrullas de caballería que están de guardia hacen la ronda. Los Guardias Civiles, a pie o caballo, saludan al paso y preguntan qué es lo que haces y se le contesta: «Soy un inglés que ha venido a ver la feria».

«Está bien; vaya con Dios y en paz».

1.- El autor se refiere a cien grados Fahrenheit que equivalen aproximadamente a treinta y ocho grados Centígrados.

2.- Región del centro de la antigua Grecia. Figurativamente estúpido, tonto, ignorante.

3.- Se debe referir a la guerra Franco-Prusiana, no confundir con " La Gran Guerra " como se denomina a la Primera Guerra Mundial. En consecuencia el término "communistas" escrito por el autor en el texto original debería decir "communaros".

Viajeros extranjeros por Castilla la Mancha. Última actualización 15 Octubre, 2008
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