Aún se conserva en pie uno de los muros formeros de una de las
capillas de la cabecera, hecho que proporciona una base sólida
para plantear hipótesis de reconstrucción de la totalidad
del edificio, y que nos permite tener una idea bastante aproximada del
aspecto que tendría la basílica en el siglo IV d.C., lo
cual confirma la excepcionalidad del enclave y lo unitario de su diseño.
Esta singularidad del complejo y la importancia del cargo desempeñado
por su propietario en el Imperio, hacen del conjunto un lugar de extraordinaria
relevancia religiosa, no desprovista de un papel de representación
política.
Parece pues que sería indicado afirmar que el fin a que fue destinado
este edificio originariamente fue martirial, dado el uso funerario de
las tierras en que se construyó: las características
de su disposición arquitectónica, la abundancia en el sitio
de enterramientos de época romana y posterior, la proliferación
de restos litúrgicos, muebles (canceles, mesa de altar, cruces,
crismones, sarcófagos) y otros objetos relacionados con el culto,
etc.
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